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A oscuras

La tarde era fría. El viento de diciembre hacía que el cuarto tuviera una temperatura deliciosa.


Mis manos recorrían tu espalda con suavidad. Mis dedos jugueteaban por tus omoplatos, seguían a tus costados y acariciaban el bulto de tus pechos aprisionados contra las sábanas frías.


Mi pene descansaba sobre tus nalgas, duro y enhiesto, listo para el sexo. Mi boca se posó en la parte trasera de tu nuca y mis labios se prodigaron en besos. Tus manos fueron lentamente atadas al respaldar de la cama y una almohada bajo tu vientre levantó tu trasero.


Mi boca y mi lengua bajaron jugando a llenar de saliva tu espina dorsal. Mis uñas en tus caderas dejaban leves surcos rojizos por la fuerza de los arañazos que te daba.


Mi lengua se detuvo en el inicio de tus nalgas. Ese punto en que las dos turgentes masas de carne crean el canalillo posterior de tu trasero.


Poco a poco fui horadando tu cuerpo con mi lengua. Pasando por ese fruto prohibido que había sido tu trasero y llegando desde atrás, a traición a tu vagina.


Lamí como una mascota tu vagina. Lentamente, de arriba abajo, de tu clítoris a tu perineo. Introduje un poco mi lengua y probé el néctar de tu excitación. Levanté tus caderas y quedaste de rodillas, con el pecho contra la cama, entregada de manera obscena a mis deseos.


Dos de mis dedos se perdieron en tu vagina mientras mi lengua lamía suavemente tu trasero. Tus caderas se balanceaban al ritmo de mis dedos y pronto te sentí cercana al orgasmo.


Saqué mis dedos de ti y coloqué la punta de mi pene en tu entrada. Penetré con el glande, no más, y comencé a moverlo lentamente dentro de ti. Penetraciones cortas, sin profundidad, estimulando ese primer tercio de la vagina que responde con lujuria.


Poco a poco entré completo en ti y te cabalgué con furia. Tu orgasmo llegó y tus contracciones me hicieron alcanzar el clímax. Saqué mi pene de ti y mis semen saltó sobre tu espalda erizándote la piel.


Las gotas de semen resbalaron por el arco de tu espalda, bajando como la naciente de un río hacia tu nuca, separándose en dos vertientes hacia tus hombros.


Dos de mis dedos recogieron un poco de mi simiente y te lo ofrecí a los labio. Chupaste con placer, con lujuria. Las sensaciones fueron muchas… nunca había hecho el amor con una mujer ciega.


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