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La rejilla

En el cuarto del material estaba implantado el desorden y la penumbra. Después del entrenamiento dejar los balones y los accesorios de balonvolea requería una gran destreza y equilibrio.


Subidas a las baldas intentábamos poner algo de orden entre la maraña de redes, palos, conos y acabar cuanto antes para irnos a cambiar y salir del instituto. La atención en nuestra labor se distrajo al oír a través de la rejilla de ventilación el estruendo de gritos y voceos que provenían de la estancia contigua. La curiosidad de Sandra la arrastró hasta ella. De ella emanaban unos haces de luz planos que partían como cuchillos la semioscuridad. Colocó un gran cajón debajo y saltó encima.


Las rayas de luz pintaron a franjas su cara cuando se acerco a la rejilla e intuí un reflejo de asombro en sus ojos, el cuello se le volvió rígido mientras que con la mano me indicaba que me aproximara, hice lo mismo y al ver la panorámica un calambre sacudió mi cabeza y fluyó por mi cuerpo disipándose en los dedos. Una manada de chicos desbocados sexualmente se cambiaban en el vestuario del equipo de fútbol.


Delante de nosotras, a un palmo de nuestras retinas comenzaron a desfilar todo un catálogo de miembros jóvenes que con todo el desparpajo eran tocados, cambiados de sitios, rascados, levantados, apretados, estirados, retorcidos. Nunca había visto al natural un pene y ahora el desfile era único. Iban y venían bamboleantes, cuerpos desnudos que entre ellos fanfarroneaban, culos blancos y muslos fuertes. Toqué el brazo de Sandra para llamarla la atención y pedirla que nos fuéramos, se llevo el dedo a la boca pidiendo silencio y siguió deleitándose con aquella rejilla furtiva que nos censuraba con sus cortes de metal alguna de las partes colgantes.


Un pequeño escozor hizo llevarme la mano al pecho y darme cuenta que mis senos se habían endurecido, no pude menos que apretármelos para calmarlos mientras mis ojos recorrían todos y uno por uno aquellos apéndices. Penes pequeños, encogidos, varillas y trancas, pitos y cipotes, tímidos y enorgullecidos, rectos y torcidos, peludos y limpios, pellejosos y circuncidados.
Fueron vistiéndose rápidamente y abandonando el vestuario. Los más rezagados se divertían y jactaban de sus pollas. Con todo descaro se agarraban el miembro y lo levantaban estirándolo para aumentar su longitud y otro magnificaba su erección como un pavo delante de los pocos compañeros que quedaban. Absortas nos resistíamos a abandonar la escena y mi sexo despertaba excitando todo mi cuerpo.


Desvié mi mirada hacia Sandra y vi como en completo silencio una mano recorría sus tetas y la otra hurgaba por debajo de su short elástico. Se humedecía los labios con la lengua y pequeños movimientos de cadera delataban el placer que experimentaba su cuerpo.Joder. Mierda. Ahora no sabía qué me podía excitar más, si deleitarme con aquel prospecto de vergas o ver el suave ronroneo de mi amiga que sin pudor alguno se estaba recreando entre sus piernas.


Como cómplice, mi mano se sumergió a través de mi vello y alcanzó la humedad de mi deseo. Verdaderamente Sandra me había calentado brutalmente y sin cortarme comencé a tantear los labios hinchados. Mis pliegues se habían abierto rezumando ardor, olor, temblor, sudor. Los cuatro jóvenes que quedaban comenzaron una auténtica competición y todos empalmados refrotaban sus vergas, recorriendo la longitud de sus penes a un ritmo frenético. Apuñalandose con alevosís la ingle. Con los ojos cerrados retenía esa escena mientras me auto complacía cuando sentía que la mano de Sandra se poso sobre la mía. La paró y la sacó. Introdujo la suya y la noté tan candorosa como excitante. No dije nada, no moví ni un músculo. Su mano fue invadiendo mi interior y a medida que avanzaba fue expulsando de mí gemidos y pequeños estertores. Temblores de placer que abrían más mis ansias. Flexionaba las piernas para recrearme en las falanges que me penetraban hasta hacerme perder el equilibrio. Los jadeos no me dejaban respirar. Mi pecho entrecortaba las repiraciones y mi garganta se preparaba para soltar el gemido más interior. El orgasmo fluyó en tromba por todo mi cuerpo y aquella energía se transformó en líquido al llegar al final de mi vagina. Cerré los muslos atrapando su cálida mano y tiritando la abracé mientras me besaba el cuello. En el vestuario uno de los chicos pasaba una fregona por el suelo recogiendo los restos desperdigados de semen y los otros a medio vestir repasaban la faena como campeones de la paja. Nosotras en silencio permanecíamos agarradas con el pensamiento perdido en la sensación de estar muy unidas.


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